sábado, 23 de mayo de 2009
Cárcel de amor
Delirante, caminaba por los pasillos iluminados por una refulgente luna. Caminaba sin tropezar, deliraba sin cesar, pero no era más que una muñeca sin voluntad ni raciocinio. Al terminar mi caminata llegaba siempre al mismo lugar para recibir la misma terapia de cariños y mimos que nunca evitaba que a la siguiente noche regresara a los pasillos. Era una enclenque e inexpresiva prisionera, un juguete, el objeto sexual de un guardián persistente e indiferente a mis primeros rechazos y quejas. No hacía ya nada al sentir aquellas manos que no eran frías sobre mi cuerpo, deslizándose entre mis piernas, desnudando mi pobre estampa, poseyéndome a placer. No sentía ya nada ante las muestras de afecto, ante las dádivas que me prodigaba día a día, noche a noche. Veía sin ver, vivía sin vivir, sonámbula de mi propia existencia. Noche a noche deambulaba por los pasillos de mi prisión, consciente e inconsciente del mundo que había afuera. Era una cárcel de amor, sí, pero cárcel igualmente. Y al volver una noche de mis andanzas fue que sucedió. Me tomó con una violencia superior a la habitual, me arrojó al lecho sin consideración alguna a mi condición, y entonces pude sentirlo sobre mí, dentro de mí. De pronto tomé consciencia de mi situación, de la desidia de mi estado, y me gustó. Y dejé de ser una prisionera, una esclava sonámbula, para ser una cautiva consciente, masoquista de un enfermizo amor, disfrutando de mis deliciosos días de gandulería y placer.
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