miércoles, 14 de abril de 2010

Ni dormida ni despierta. Apuro el paso con impaciencia pero la prisa pesa y no me deja avanzar.
Me detengo a observar y escribo. Escribo con los ojos casi cerrados, de pronto no me es posible descifrar lo que digo. Dije que escribo lo que observo pero no es cierto: apenas y puedo ver. Escribo lo que imagino, e imagino cosas que no entiendo. Borrosas postales de Madrid con tu sonrisa en cada una -pudiste haberme dicho que te fuiste un año entero a Madrid-, futuros fines de semana que erizan mi piel -son tus manos, tus labios, eres tú-, sueños de sueños que se difuminan con la realidad al llegar el alba -como dormir al amanecer, como amanecer soñando-.
Mi imaginación no termina de dormir o de despertar, las imágenes aún no son claras. De pronto abro los ojos y el diario está ahí, frente a mí. EL diario, pero no MI diario; el diario que aún no sé cómo llegó a mis manos -tal vez sólo lo estoy imaginando-. Es el diario de Sylvia, sus palabras reflejan lo que yo no puedo expresar aún. Es su diario pero es mi momento.
Sigo caminando, ya despierta, con el resquemor de no saber si fue un sueño o pura imaginación. O tal vez ambos. El camino ya no es pesado, y el pasado inmediato no es claro; lo único que llena mi mente son aquellas palabras ajenas que me encontraron como por casualidad.

Puedo elegir entre ser incansablemente activa y feliz o introspectivamente pasiva y triste. O volverme loca rebotando de un extremo a otro.
-Sylvia Plath